Crisis representacional, dialogos filosoficos entre Steyeerl y Flusser
La rebelión en caída
Hoy empecé a ver la última temporada de la casa de papel, un poco tarde para su estreno, y un poco fanfarrona para no considerarla un éxito en el streaming mundial. Frente a mi computador observaba la pantalla sintiendo mezcla de emoción de diversión y de sofocamiento.
La mirara por el impacto que genera en el consumo visual, no por admiración a la serie, sin negar claro está, que me resulta entretenida; me provoca multiplicidades de estímulos y emociones que alimentan el insatisfecho deseo de consumo por el entretenimiento vacío.
Este mirar los primeros capítulos decido detenerme y reescribir en mi mente porque el éxito de esta serie, y como ya muchos dijeron, el arte, la producción, el extraordinario guion, que estira la trama de forma heroica, la empatía de los sujetos, esas buenas actuaciones, esa resolución extraordinaria de pixeles que logran las grandes producciones del primer mundo.
Todo eso hizo del éxito de la serie. Pero faltaba algo más. Y es que la serie no es más que un holograma de nuestro ser contemporáneo. De la frívola existencia que se construye, en un estado posmoderno, neoliberal, neo democrático, neoglobalizado. Aquí nosotros, embrutecidos y condenados a las pantallas, obligados y decididos a ser objetos. Eso de los sujetos emancipados corresponde a un estado de lo Moderno, que se desdibuja, se desaparece pero se cuela. Eso era lo que la serie reflejaba, cual espejo de nuestro ser en este tiempo.Aquí nosotros, embrutecidos y condenados a las pantallas, obligados y decididos a ser objetos. Eso de los sujetos emancipados corresponde a un estado de lo Moderno, que se desdibuja, se desaparece pero se cuela. Eso era lo que la serie reflejaba, cual espejo de nuestro ser en este tiempo.
De sujeto a pixelaciones
Cómoda frente a la pantalla con un té de hierbas del barrio chino, te hecho en argentina, pero vendido por chinos en la china de capital federal. El humo de ese te chino que no era chino y que empañaba mis anteojos, concluía en una epifanía de lo que posteriormente iba a pasar, tanto en la serie en mi, en todo lo de mi alrededor. El moustro de lo posmoderno me venía avisar que ya no hay vuelta atrás y hay que asumir el objeto que somos.
Entonces el profesor dentro de mi pantalla encuadraba otra pantalla que no era ni la mia ni la de el, era la maldita pantalla del cautiverio existencial. Ahí estábamos todes, brasileros, isrraelies, argentinas, españoles, colombianos, enmascarados en manifestaciones de la vida “real”.
¿La serie era nuestra herramienta de resistencia? no. Por el contrario, nosotros éramos la serie. Seres enmascarados con la imagen de Dali y trajiados de rojo, no había rostros ni sujetos. Solo imágenes, imágenes que se apoderaban de nosotros. Abandonábamos al sujeto y nos convertíamos en objeto, en cosas. Pixeles detrás de pixeles, pantallas detrás de pantallas.
Ya lo había intuía Benjamin: la imagen es “inexpresiva”. No representa la realidad, es un fragmento de lo real, una cosa. Absorta en mi habitación observaba con mi te chino, no chino también, mis ojos desenfocados con anteojos para enfocar, mi pantalla dentro de otras pantallas que no son mías, pero me reproducen, y mi imagen que no es mía pero si; comprendí como dice Hito Steyerl que “la subjetividad ya no es un lugar privilegiado para la emancipación”, y debemos afrontar este cambio con el fin de asumirlo. Yo era un objeto.
Mascaras que se rebelan sin rostros.
Enfrente de mi pantalla, asumía mi experiencia de espectadora apasionada, entretenida en la trama, cada tanto se apoderaba mi instinto de esquivarle a la objetividad de la representación moderna. Pero allí estaba, admirando a un grupo de ladrones, que con el lema de revelarse contra el sistema, reproducían lo que el sistema le proponía.
Mascaras de Dali que le hacían frente a la democracia neoliberal, de economías globales que poco le importan el resto de los mortales. Pero solo eran máscaras, sin rostros, revelaciones individualistas que reproducían el mismo sujeto de deseo, consumo diversión, y despilfarro.
Eso era todo lo que se rebelaba, fiestas y playas paradisiacas con Tokio música explosiva combinada con estrepitosa tranquilidad y aceites naturales entre Nairobi y Lisboa.
Eso eran las máscaras de Dali, ahí están los grandes héroes contra el sistema. La libertad frente a la explotación, convertidos en agentes libres en un mundo de libre comercio. La Libertad contemporánea ya no es libertades civiles sino mas bien libertad de caída libre, hacia un futuro incierto y sin horizonte definido. El único objetivo es el consumo, el goce, el impulso. Eso eran las máscaras, la rebelión contra el sistema siendo parte y participe de lo que el sistema imponía.
De sujetos a Objetos: La Imagen Spam
Si la identificación tiene que ver con algo es con este aspecto material de la imagen, la imagen como cosa, no como representación. Solo eran cosas, como nosotros dentro de sus pantallas. Nosotros somos la máscara, y ya no es necesario un rostro. Nosotros no observamos las ruinas del sistema al cual se pretende revelar, nosotros somos las ruinas. Esa imagen pixelada pobre y volátil, que viaja a grandes velocidades y es apoderada por el gran streaming de Nexflit. Eso éramos nosotros. Los condenado de la pantalla de Hito Steyerl
Si la emancipación estaba ligado al deseo de convertirse en sujeto, representante de una historia, de autonomía, de soberanía. Hoy por el contrario solo es cosa. Esta cosa condensa poder y violencia, esa mascara sin rostro es nuestra cosa. Y esa cosa no es mas que la imagen, la imagen pixelada, manipulada, editada y reapropiada, agraviada y venerada, y participar en la imagen significa tomar parte de todo esto. Ahí estaba yo cosa, pixelada manipulada y recortada. Mientras tokio, miraba a la muchedumbre (nosotros) y nos deciamos, "somos ustedes somos Dali"
Y se repetía en mi mente la frase del profesor “manifestación de los derechos de la mujer en argentina, somos el símbolo de la resistencia”.
Me preguntaba ¿De que resistencia?. De la cosa. Asumirla. Abandonamos el sujeto para devenir en objeto
Las mascara Mercenaria
Ahí estaba entonces, un grupo de ladrones, rodeados de mercenarios para ayudar a revelarse contra el sistema, Me reía, pero era parte de ello. Yo apostaba por el profesor y por los ladrones. Yo apostaba por la cosa. La máscara, el mercenario. Asumía la derrota del estado como identificación; de la imagen como representación; de la libertad como negativa. Yo y el resto, los otros todos, los millones de espectadores que somos cosas. Asumimos la crisis de representación y todo lo que viene con ella.
Eso era la casa de papel, un nuevo mundo, global, con otras geografías de poder. Ligada a la globalización económica y sus múltiples consecuencias, el debilitamiento de los estados nacionales en el mercado pero su reorganización en las legislaciones de emergencia y vigilancias digitales.
El nuevo mercenario ya no es sujeto sino es objeto, es mascara, es la cara de Dali objeto comercial registrado por una gran corporación y pirateado como corresponde. Ahí estábamos todos, el profesor yo y vos, comprando las versiones oficiales de los trajes y mascaras que ayudan a enriquecer esas grandes corporaciones contra las que nos revelamos. Nos quitaron la vos, el sujeto y la elección. Pero nos dieron estímulos, deseos y la simple necesidad de simular estar en contra de aquello que se nos apodera y nos maneja.
Así es como netflix en un abrir y cerrar de ojo, se adueño de mi representación, de mi vos, y de la rebelión.
Infieles de la representación abrazamos la reproducción
Lo peor sucede cuando las imágenes que se observan no tienen referente alguno, y los miles de personas que se manifiestan no se representan. Son hordas de gente encerradas pero dispersas. Los planos de ellas son ruidosos, opacos, obstruidos por las fuerzas policiales o el CNI. Esa muchedumbre reunida en un mismo lugar pero dispersa (no hay identificación ni rostro) son las imágenes pobres de esta historia, los desplazados. Aquellos que solo pueden ser reproducidos pero no representados. Porque lo importante en toda la trama es como nuestros queridos ladrones, vuelven a zafar, pero no zafar de cualquier manera, sino a lo grande. Con mucho dinero y libertad (esa de caída libre).
No nos interesa la representación sino el ruido. No nos interesa la verdad sino el murmullo.
Los secretos de estados son revelados al espectador, los ladrones lo utilizan como cosas de poder y extorción, y no hay una mínima preocupación sobre lo que pueden provocar o lo que representa. Porque en el fondo lo único que representa es la crisis democráticas, la globalización del mercado amparada en guerras y delitos constitucionales, nacionales e internacionales.
Pero claro como la máscara ha perdido su rostro y su referente, a este grupo de Dali con monos rojos, no les preocupa la caída del sistema, les preocupa lo que el sistema les puede prohibir, y mucho mas lo que el sistema les puede servir. Multiples billetes y perlas de oro para manipular cualquier realidad a su paso, la caída libre, sin horizonte ni futuro. Presente y libre albedrio.
Asi es como nosotros aceptamos lo que el sistema nos impone mientras nos hace creer que vamos en contra de él.
Ya, cuando todos sabemos que las democracias no existen, las imágenes no nos representan, y los símbolos de resistencias son controlados y vendidos por los propios sicarios. En ese momento no me quedaba otra que aferrarme a la idea de la cosa, del objeto y seguir queriendo que un par de tipos locos experimente con exquisita experiencia la caída libre. Porque una cosa es la caída libre entre playas paradisiacas y oro en el bolsillo. Pero otra cosa es la caída libre sin rostro, sin pixeles y sobretodo sin dinero.
Imágenes sin referentes, identidades sin representación
La serie casi en su cuarta parte es mera ilusión de imagen. La representación se relega aun en un espectáculo de lo visible. Las grandes tecnologías de vigilancia que aparecen en la serie, nos cuentan la historia de lo que somos. Bit viajando a velocidades luz, satélites que nos posicionan en espacio planos y sensores que se mueven termodinámicamente sin un mínimo de volumen. Pero no porque realmente tengan su referente, pues todo lo contrario. Simplemente porque existe la probabilidad del cálculo. De esta manera la tragedia se revela y asfixia a nuestros protagonistas como a su historia.
El hurón para el sistema es solo un simple bit que destella en la pantalla luz, para el CNI son ladrones escapando. Y esa es la realidad, la más cercana de palpar, porque lo real que es combinación de algoritmos dentro de una maquina que devuelve imágenes electromagnética, no es tan real como la realidad del escape. Y porque las ondas sonoras del disparo hacia Lisboa es de una realidad tan real que no se compara con lo real (Lisboa está viva, pero ya no tiene margen de representación, desaparece).
Hay una situación muy diferente en el modo que solíamos mirar las imágenes, si antes eran en calidad de representaciones adecuadas mas o menos a algo, alguie. En esta época de personas Hiper-resentadas y de superpoblación de imagen, dicha relación esta irrevocablemente alterada. Son reproducción de algo abstracto que nada tiene que ver con lo concreto del mundo real, aun así son el terreno para la acción y la intensidad. Para la vigilancia y el control. Las cámaras ya no son herramientas de representación sino de desaparición. Pensemoslo desde la fotografía, si alguna vez esta fue un contrato social, donde ambas personas participaban en ella. Ahora ese contrato social se rompe , como dice Hito Steyerl “la representación es la ruptura de ese contrato que prometía participación, pero que repartió chisme, vigilancia, testimonio, y narcisismo serial”
Es fácil comprender asi la realidad a través de experimentar Netflix, de experimentar la casa de papel. La realidad se encuentra en esa encrucijada, nosotros somos ese doble vinculo entre lo que se supervisibilisa y lo que se invisibiliza. El paradigma moderno que dominaba nuestra visión. Se hace añicos como los vidrios que estallan dentro del ojo de Palermo. El punto de vista estable y singular de la modernidad se complementa con la multiplicidad de perspectivas en donde la línea de horizonte estalla y se superpone. Y nuestra imagen ya no es clara. La de Palermo tampoco y así comienza el caos dentro del tesoro nacional de España, y dentro de nosotros.
Mi te no chino se desvanece en el aire
De mas esta decir, que en esos instante nada tan revelador como el empañar de mis anteojos gracias al vapor del te chino en mi tazón. Eso era y eso es nuestro futuro, horizontes desdibujados, mascaras sin rostros y rostros sin voz, y sobre todo identidades tan múltiples que se convierten en cosas. Como mi te chino hecho en Argentina. Pero tan verdadero como el barrio chino de la china de capital. Tan verdadero como Netflix siendo el portador de minorías que luchan contra los sistemas opresivos. Como las minorías que no son más que pixeles intentando abrazar a lo real, siendo realidades que no pueden más que danzar alrededor de lo concreto y ni siquiera acercarse.
Ese es el gran lema de la actualidad, no importa lo real, sino las realidades. No importa lo que podemos llegar a ser, sino que somos lo que las realidades quieren que seamos. Y las realidades son lo que los funcionarios programan (cálculos, algoritmos, probabilidades). Y los programas se hacen para que el sistema funcione. Es así como la hegemonía cultural se infiltra en la cultura cotidiana y extiende sus valores por medio de representaciones corrientes. Mientras los sujetos se desvanecen en el aire, desaparecen y devienen en objetos
Biografia
HORKHEIMER, Max. “Teoría tradicional y teoría crítica” en Teoría crítica. Buenos Aires: Amorrortu,
Hito Steyerl, Los condenados de la pantalla, traducción de Marcelo Expósito, prólogo de Franco “Bifo” Berardi, Buenos Areires, Caja Negra, 2015.
Vilém Flusser, El universo de las imágenes técnicas , Buenos aires. Caja Negra, 2015
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